10 de abril de 2020

Dios mío, Dios mío: ¿por qué me has desamparado?

Mateo 27: 46-47
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?

La persona que da este alarido (Biblia del Oso, 1573) es el Justo, aquél que recorrió su país sanando a los Bartimeo, enseñando con el Sermón del monte, llevando sonrisas a los paralíticos como el de Betesda, inspirando el arrepentimiento en los adúlteros como la mujer a punto de morir apedreada, hablando con piadosa franqueza a los Nicodemo, a los que le tocaban buscando sanidad como la mujer con el flujo menstrual, concediendo la intercesión como al Centurión, y como en tantos casos registrados en los evangelios.
Es un grito dramático que da Jesús en uno de los peores momentos de su vida terrenal.
¿Por qué Jesús gritaría de esta manera? ¿Qué pasó en ese instante en su relación con el Padre que lo sorprendió tanto?
Me cuesta creer que fue pavor o terror, pero quienes lo escuchan creen que en su desesperación y dolor está invocando al profeta Elías para que venga a ayudarlo producto de las alucinaciones que podría estar experimentando en ese sufrimiento.
El Rey David, en el Salmo 22:1-20 canta proféticamente sobre este momento anticipando con su propio dolor y sufrimiento lo que el Cristo experimentaría en este día que recordamos hoy.
Hay un hecho actual que resalta en mi reflexión sobre este texto. Jesús sufre a manos del aparato judicial romano esta sentencia de muerte y si miramos entre líneas encontramos a la casta religiosa de la época involucrada activamente para conseguir este fallo de Poncio Pilatos.
Un verdadero lector de la Biblia se da cuenta que hay un propósito divino en este irregular juicio: la salvación de toda la humanidad. Jesús no muere a causa de una justicia parcial y humana, sino que muere por mí y por tí, en un acto de FE que va más allá de su tiempo (Mateo 16:21).
No me gusta hablar de castigo divino, y esta Cuarta Palabra de Jesús en la cruz me da la razón porque, como inicié esta reflexión, quien grita es el Justo, es decir nadie más lejos de merecer un castigo que Jesús.
Hoy estamos sufriendo una pandemia, hay quienes se concentran en las estadísticas y situaciones médicas y sociales relacionadas directamente con el virus.  Hay otros que hemos mirado un poco más allá y estamos preocupados de los efectos sociales, económicos, políticos, médicos y religiosos que esta pandemia está provocando en nuestro mundo.
¿Dios mío, Dios mío, por qué nos has expuesto a esta pandemia? ¿qué hay en tu corazón sobre mi vida? ¿qué hay en tu corazón sobre nuestra iglesia? ¿qué hay en tu corazón sobre nuestra sociedad?
Todos seremos alcanzados por el virus, algunos seremos alcanzados por sus  efectos económicos, otros seremos alcanzados por sus efectos sociales, otros seremos alcanzados por la muerte, otros seremos alcanzados por la pérdida laboral, otros seremos alcanzados por la pérdida en nuestras relaciones humanas, pero nadie quedará incólume, nadie quedará sin daño. Todos sufriremos de una u otra manera esta pandemia.
Así pues, vuelvo a gritar ¿Dios mío, Dios mío, por qué nos has expuesto a esta pandemia? ¿qué hay en tu corazón sobre mi vida?
Que nuestro alarido sea para encontrar la respuesta a esta pregunta personal, íntima e intransferible: ¿por qué me has desamparado? Y tenga Dios misericordia, y responda a cada uno esta pregunta, porque si no escuchamos la respuesta de Dios... estamos perdidos.

Oración:
Abro mi corazón, Oh Dios, para escuchar tus palabras sobre lo que piensas de mí ¿por qué me has desamparado? Quiero conocer tu respuesta para mi vida.
Amén.