11 de abril de 2014

Pastor bi-vocacional, segunda parte.

Aunque no es estrictamente necesario, pueden leer acá la [Primera parte]

Yo nunca, y repito: NUNCA pedí ser pastor en la Iglesia Metodista... los que me conocen más de cerca, pastores y hermanos en la fé, tienen muy claro esto: nunca busqué ser pastor.

Pero antes de continuar, un poco de historia...

Recuerdo claramente que la primera vez que tuve la conciencia que Dios quería tratar conmigo fué a los doce años. Fué en una campaña de evangelismo en la Primera Iglesia Metodista de Coronel, el pastor invitado se llamaba Daniel Reinoso, y era pastor de una iglesia Pentecostal en Lota. No recuerdo exactamente qué predicó, pero esa semana cada sermón impactó profundamente mi vida, -a esa edad no podía dimensionarlo, pero sí pude intuir que me había pasado algo especial-. Años después descubriría, en la ciudad de La Serena, que había sido el Espíritu Santo el que me había visitado y ya había trazado mi camino.

Años más tarde, casado, con hijos y radicado en la ciudad de Santiago, obispos, superintendentes y algunos pastores comenzarían sistemáticamente a preguntarme sobre el ministerio pastoral. Hasta ese momento, yo tenía siempre presente una cita que me dió mi padre: "En cuanto esté en tu mano, haz todo lo posible por NO entrar al ministerio pastoral, porque si el llamado es genuinamente de parte de Dios, no podrás evitarlo".
Y así lo hice, para espantar una cuestión familiar o de gusto personal, alejé de mi cabeza el pastorado: estudié una carrera, fuí un laico activo y diezmero, acompañé a mis pastores sin excepción, aunque no estuviera de acuerdo con alguno, todos mis pastores supieron que contaban conmigo. Y contaron conmigo.

Hasta que un día sábado en la mañana asistí a un taller para profesores de Escuela Dominical... donde me encontré con el Superintendente del distrito, quién al verme, me invitó a acompañar a una congregación que había quedado sin pastor y el pastor que estaba acompañando provisionalmente iba una o dos veces al mes a causa de sus responsabilidades y vivía al otro lado de la ciudad.
Así que esa fué mi primera aproximación al ministerio, como ayudante de pastor en la Tercera Iglesia Metodista de Santiago. Providencialmente, el primer domingo que asistí y que fuí presentado como el ayudante del pastor, fue el día de las vocaciones ministeriales del año 2002.
Ese día ofrecí a Dios mis fines de semana, mis días libres, mis horas libres para acompañar a una congregación que necesitaba de mis dones y talentos. 

Cinco años estuve al frente de esa congregación, trabajando, estudiando y pastoreando a un grupo de aproximadamente 30 hermanos en la fe.

Como uds. comprenderán, con una familia ya formada, con compromisos financieros seguí trabajando en mi profesión, porque el Distrito Metropolitano no siempre puede cancelar a tiempo los sueldos de todos sus pastores, y seguramente también saben que los bancos no entienden razones cuando uno de sus clientes se atrasa con sus pagos.

Cinco años... donde conocí lo mejor y lo no tan mejor de una congregación... cinco años... donde conocí lo mejor y lo no tan mejor de la IMECH.

9 de abril de 2014

Pastor bi-vocacional

El año pasado (2013), frente la presión de la IMECH, había decidido dejar la pedagogía, porque ante una exigencia de trabajar 20 horas como máximo en un trabajo extra-ministerial, no podía trabajar 30 horas, que es lo mínimo que me ofrece acá en Calama la COMDES, ente municipal que contrata los profesores para los colegios.
Había optado por reflotar mi carrera informática, porque me permite el trabajo remoto (cómodamente sentado en la escalera de la casa tomando sol, que parece ser la imagen que proyectamos algunos pastores) y dados mis vastos conocimientos de soporte (varios colegas pastores pueden dar cuenta de esto cuando los ayudé con sus computadores, teléfonos o simplemente dudas (colegas: esto no es un reclamo, uds. bien saben que los ayudé de todo corazón y desinteresadamente).), y mi tarifa por hora, que muchos han de saber que no es barata, calculé que con un poco de esfuerzo podía aumentar los ingresos familiares, pues todos los metodistas saben que el sueldo de un pastor es más bien bajo.
Así que, cuando el 2013 llegaba a su fin, descarté participar en el concurso comunal para ocupar las plazas de horas de clases en todos los colegios municipales, obedeciendo en parte a esta decisión y en parte a que tenía la sospecha de un posible traslado.

Me apenó muchísimo tomar esta decisión, porque hice muy buenos amigos entre los colegas profesores, el amor y aprecio de mis alumnos y apoderados, y, esto es muy sorprendente para mí, el respeto y cariño  que todos tienen por mi persona (con mucho dolor, no puedo decir lo mismo de algunos metodistas), respeto porque cuidaban su vocabulario en mi presencia, respeto porque escuchaban atentamente mis opiniones sobre cuestiones variadas, respeto porque muchas veces me preguntaron: ¿qué opinas tú, pastor?; y cariño porque sus abrazos, sus saludos y algunos sencillos presentes me emocionaron casi siempre al demostrarme que yo soy importante y me consideran importante en sus vidas.

Imaginen mi estupor cuando en la Asamblea General de Angol en enero de 2014, me comunican que ya no me iban a considerar para recibir nombramiento pastoral.

Ante el impacto, retrocedí varios años en mis recuerdos, y una escena quedó fija en mi memoria: un día sábado, en la puerta de la Segunda Iglesia Metodista de Santiago, entrando a un taller para profesores de Escuela Dominical.

Yo nunca, y repito: NUNCA pedí ser pastor en la Iglesia Metodista... los que me conocen más de cerca, pastores y hermanos en la fé, tienen muy claro esto: nunca busqué ser pastor.

Pero antes de continuar, un poco de historia...